Wants to Meet Up
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Overview
About Me
CURRENT MISSION
Learn about this world as much as I can, and try my best to spread the word (or the photograph)
Here you can see my work: http://nadiadiaz.wixsite.com/fotografia
ABOUT ME
I'm an argentinian photographer (photojournalist) and I'm studying literature as a second career.
I love being an occasional traveller and to photograph, document, write about the world I see in my journeys.
My aim is to become a decent photographer and writer some day, and always keep on learning about the different cultures around the globe, art in general, natural wonders, people, life.
PHILOSOPHY
Drop the leash
Why I’m on Couchsurfing
HOW I PARTICIPATE IN COUCHSURFING
I want to host in Buenos Aires as soon as I get home!
Interests
Literature, non-fiction writing, photography, documentary photography, photojournalism, travelling, music, live concerts, languages, history, cinema, visual arts.
- arts
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- film photography
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One Amazing Thing I’ve Done
No sabía bien dónde ubicarlo, pero quería compartir este video que hice con mis amigas de nuestro último viaje.
En enero recorrimos el norte argentino: http://www.youtube.com/watch?v=ajPEF6jvvPI
Espero que les guste!
Teach, Learn, Share
La siguiente nota hace referencia a los acontecimientos causados por la alerta climática desde el 23 al 29 de enero de 2010, en las ruinas de Machu Picchu y el pueblo adyacente Aguas Calientes, Perú, que dejaron varados a miles de turistas y costaron las vidas de siete personas.
Camino truncado
Como tantos otros, nuestro grupo emprendió la afamada excursión de 4 días en el Camino del Inca, rumbo a las ruinas de Machu Picchu, el pasado el 23 de enero. Contrariamente a lo que esperábamos, fuimos testigos de una catástrofe climática sobrellevada en forma negligente, y de una tragedia –evitable– que dejó como víctima a Lucía Ramallo Sarlo, una estudiante argentina de 23 años que murió a causa de un desprendimiento de montaña durante el recorrido.
A los lluviosos y difíciles dos días iniciales siguió una jornada sencilla y despejada: en óptimas condiciones, creímos estar a pasos del máximo santuario indígena peruano, la razón de nuestro viaje.
Sin embargo, la tarde de ese tercer día nos percatamos de algo inusual. “¿Por qué hay helicópteros, Juan Carlos?”, le pregunté a uno de mis guías. “No es nada, debe ser para algún turista”, me contestó, con una tranquilidad basada en la ignorancia o, peor, en la desidia.
Esa noche, nuestra parada obligatoria era el campamento de Wiñay Wayna, la última de la excursión. Después de cenar y con las carpas ya ubicadas por el personal de la empresa, los guías nos informaron del estado de emergencia “por peligro de derrumbe en el pueblo de Aguas Calientes”. La consigna: ir a dormir, levantarse muy temprano y llegar a las ruinas lo antes posible. En un deseo de igual intensidad, si antes moríamos por ver las ruinas, luego no veíamos la hora de escapar de ahí.
Conciliar el sueño no fue tarea fácil. Algunos nerviosos, otros no tanto, nos despedimos con un optimista “hasta mañana”. Debíamos levantarnos a las 4 para caminar el último tramo.
Pero a las 2.30 ocurrió el derrumbe: la carpa en la que estaban Lucía y su amiga Romina Lis Campo quedó sepultada. Una vez que la liberaron de las piedras, el intento por salvar la vida de Lucía quedó en manos de una médica turista que se encontraba en el campamento, dado que ningún guía tenía conocimientos de primeros auxilios, ni mucho menos equipo médico básico. Sólo contaban con un tubo de oxígeno que no sabían utilizar.
Herida con un corte en la cabeza, Romina y los demás chicos que habían sufrido lastimaduras fueron atendidos por la médica y ayudados por tres estudiantes de medicina de nuestro grupo que contaban con botiquín propio.
Hasta las 9 de la mañana no pudimos salir del campamento de Wiñay Wayna: a más de seis horas de la tragedia, llegó finalmente la camilla que trasladaría a Romina y personal extra que se ocuparía de cargar las mochilas de los heridos y trasladar el cuerpo de Lucía.
En un disciplinado y perturbador silencio, caminamos el último tramo. Cada vez que alguien se atrasaba, ya paranoicos, parábamos a esperarlo. Más tarde nos enteramos de que horas antes y en ese mismo trayecto había muerto también el guía Washington Huaraya Cuasihuamán, al caer al vacío empujado por otro desprendimiento de montaña.
Llegar a las ruinas de Machu Picchu no fue novedad. Estábamos pendientes de que un médico atendiera a Romina, lo que ocurrió al menos diez horas después del derrumbe. Que el médico y la enfermera que le cosieron la herida en el centro de salud de Machu Picchu le hayan cobrado los honorarios por esa atención es sólo una parte del trato inconcebible que Romina padeció hasta llegar a Buenos Aires. A la atención sin suero ni anestesia que se realizó en el centro de salud siguió una escena igualmente humillante: en el camino hacia Aguas Calientes, los turistas se tiraban encima de la camilla para sacarse fotos con ella, como si fuera otra atracción del paisaje.
Romina fue trasladada en helicóptero a la ciudad de Ollantaytambo. Aunque supuestamente se trataba de una unidad para personas con prioridad de evacuación, viajó con otros 16 pasajeros extranjeros, ninguno de ellos herido –mientras que no dejaron que ninguno de nosotros la acompañase por no estar en una situación de urgencia –. Una vez en tierra, sin compañía, solicitó asistencia médica por su cuenta: contrató una ambulancia para que la llevara a una clínica privada en Cusco, se internó y pagó los estudios y prácticas que se le realizaron. Al momento de su internación, finalmente recibió la compañía de familiares y la visita de Lucas de María, funcionario del consulado argentino, quien gestionó su traslado a Lima y, por fin, a Buenos Aires; todos gastos quedaron a cargo de la Embajada. De las autoridades peruanas no hubo noticias en ninguno de los momentos que componen este relato.
El destino del resto del grupo no fue mucho mejor: desde el 26 hasta el 29 de enero, debimos refugiarnos en el complejo del hotel Machu Picchu Sanctuary Logde, ubicado cerca de las ruinas, a mitad de camino hacia el pueblo de Aguas Calientes. Durante ese tiempo, más de 200 turistas tuvimos que organizarnos por nuestra cuenta, sin que ninguna autoridad nos informara del proceso de evacuación a seguir. Basándonos en rumores e información a veces contradictoria, nombramos un representante por grupo para decidir nuestra suerte. Excepto el gerente del hotel, Gustavo de León, y su personal -quienes nos alimentaron y alojaron esos cuatro días sin costo alguno-, nadie se hizo cargo de nuestra situación.
Sólo a último momento, después de cuatro días de desconcierto y desinformación, el Coronel encargado de la evacuación subió al refugio y nos indicó que bajáramos a Aguas Calientes. Luego nos trasladarían a Cusco y, por último, a Buenos Aires.
Fuera de nuestra condición de varados no podemos evitar preguntarnos por qué nadie nos avisó a tiempo del estado de emergencia climática, por qué no hay paramédicos a lo largo del Camino del Inca, por qué los guías no conocen de primeros auxilios, por qué la zonas de acampe no poseen infraestructura adecuada para contener posibles derrumbes, por qué fuimos librados a nuestra suerte durante cuatro días en Machu Picchu, sin que ninguna autoridad competente nos indicara cómo proceder con la evacuación.
A nuestro pesar y todavía sin responsables por la tragedia, el Camino del Inca, increíblemente, reabre sus puertas al público el próximo 1 de abril. Las empresas, incluida la nuestra, INFOCUSCO, ya están cobrando señas: no pierda tiempo, reserve ahora su excursión.
Machu Picchu, la popa de nuestro Malcolm.
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